Buenas tardes, a todos y a todas, mi nombre es Miguel Ángel Navarro Herrera y hoy acudo a este entrañable acto en nombre del sello editorial Cuadernos La Gueldera, perteneciente al Centro Canario de Estudios Caribeños – El Atlántico, organización orientada a la actividad cultural en lo que tiene que ver con el desarrollo y el intercambio literario y artístico entre Canarias y el Caribe. Y lo hago también en nombre de su presidente, Juan Francisco González-Díaz, ausente por encontrarse en estas fechas en la otra punta del océano que nos separa.
Para mí, y para el Centro Canario de Estudios Caribeños – El Atlántico, es un orgullo y un placer acompañar a Helio Ayala Díaz, y a su hijo Alejandro, en este acto. Más allá de que Helio nos haya escogido como sello editorial para su poemario, nos complace acompañarlo porque él es un compañero más y un amigo, no en vano ha formado parte de nuestra organización desde sus inicios y, con ella, ha impulsado diferentes e importantes actividades por la cultura y la literatura en las islas. A tu lado, Helio, nos sentimos como en casa. Gracias por seguir contando con nosotros, conmigo, en tu aventura vital.
De Helio, decir que es licenciado en Teología y Profesor de Enseñanza Secundaria. Que tiene publicados varios libros en solitario. Como son Brevedades, 2013, Editorial NACE, de relatos y microrrelatos. La novela Arena entre los pies, 2015, Cuadernos La Gueldera. Y el poemario Tiempos Apócrifos, 2016, Cuadernos La Gueldera. Y que ha participado en los poemarios colectivos Hotel Madrid. Poemas, 2013, y Una isla dentro, 2014, ambos editados por Cuadernos La Gueldera, junto a sus compañeros y compañeras del Taller Literario “Espejo de Paciencia” y del Taller de poesía “Dulce María Loynaz”, ambos talleres auspiciados por el Centro Canario de Estudios Caribeños – El Atlántico. Asimismo, edita y participa en la obra colectiva VerSahara. Antología 2016, editado por Cuadernos La Gueldera. Siendo, por tanto, Con la que no tiene palabras. Poética con Alejandro su cuarto libro y su segundo poemario individual.
De este poemario, lo primero que resalta a la vista es la hermosa metáfora de la ilustración de la portada, obra de Beatriz Astudillo Meléndez, un canto a la diversidad y a la esperanza en un mundo, una realidad, en crisis, en continuo cambio, que magníficamente prologa el propio libro.
Y qué decir del título en sí, “Con la que no tiene palabras. Poética con Alejandro”, paradójicamente el poeta, los poetas puesto que son dos las voces, nos ponen sobre aviso de que pudiera ser que, con palabras, nos va a hablar del silencio, de los silencios y sus significados. Pero, aunque en el poemario haya bastante de eso, también nos va a hablar de la poesía, del discurso poético del día a día, y nos viene a reafirmar que, si éste existe, es porque se elabora en el diálogo con el otro, conjuntamente con el otro, en la interacción de momentos, circunstancias, vicisitudes que han de ocurrir y darán sentido a la palabra, a los silencios y a la vida misma. Es la poética con el otro, junto al otro, desde el otro.
Son las voces de un padre y un hijo que se encuentran en la diferencia, en lo esencial de la persona, compartiendo una realidad que es común, y toca vivir tendiendo puentes y comprendiendo lo que separa y lo que une. Como dice el poeta, en el prólogo, “en un ejercicio de buscarnos en los imposibles”, “venciendo los prejuicios” y “dejarnos llevar, fluir con la inocencia”.
Es un poemario escrito con una extraordinaria delicadeza, desde el corazón puesto al servicio de la palabra y ésta al del entendimiento, como decía de las diferencias, circunstancias, momentos y vicisitudes vitales. Por tanto, utiliza el poeta un lenguaje sencillo, directo, profundo, evocando imágenes y metáforas al servicio de estas consideraciones. Y provocando con ello, la toma de postura, la integración del lector en su escritura, la solidaridad colectiva con el drama humano que nos transmite.
Recorre este diálogo, entre el padre y su hijo, los momentos principales de su vida compartida, entre los tres apartados en que se organiza el poemario:
Desde las ilusiones iniciales, en Todas las mariposas en tus manos, al encuentro con el otro y sus circunstancias, nos habla del deseo: “Al fondo de las ganas, te veo.”, “Antes de los deseos, / se apagó la vela / de todos los cumpleaños”, “Ale ya vinió”. De la necesidad del encuentro: “Tender puentes / entre silencios y ruidos“. De la conciencia de la soledad ante la dificultad de comunicarnos: “Seguimos solos, demasiado solos”, “Perdí el rastro / de las mariposas. / Tu vuelo.”, “En ese laberinto / me pierdo”, “Todo lo dicen algunos silencios”. De la conciencia, también, de las circunstancias impuestas y la diferencia del otro: “Como luz que el cristal quebró / llegaste. / A destiempo”, “Te quedaste para siempre / en el borde de unas alas.” Pero también, nos dice el poeta de la esperanza: “aprendimos a amarte”, “Jugamos a quitarnos el miedo”, “Decoramos el horizonte / con esperanzas.
Pasando por el conflicto y las dificultades que impone la propia vida, en Puentes de Silencio, nos dice el poeta y su hijo: “Todo está mal, / y no importa, me dicen, / pero está mal.”, “No hay explicación”, “este silencio muerto / de pájaros sin viento. / Sin ti.”. A veces, también, en el recorrido se pierde la esperanza: “Esclavo de estas horas / en las que velo tu espanto”, “Qué hacer cuando no quedan esperanzas, / cuando se ciernen los silencios / y no hay respuestas.”, “Tampoco sé / por qué ya no está en casa. / Quiero que vengas, / y cuando vienes te pego”, “Qué decir cuando no hay palabras”. Para reafirmar lo único que mantiene, precisamente, la esperanza: “Te quiero desde el primer llanto, / hasta el último golpe te quiero.”
Para llegar a la actualidad donde, en Viejas preguntas, canciones nuevas, el poeta y su hijo, el padre que necesita y el hijo que encuentra, comparten su devenir, y nos dicen: “todo empieza de nuevo”, “Y te pido perdón”. Nos habla de la ausencia: “contarte las ausencias / por silencios de tus risas, / tus canciones.”, “A media tarde se despierta / el letargo triste de tu ausencia. / Me quedo prendido a los recuerdos, / esperando renacer en tu mirada. “, “Te echo de menos, / ya lo sabes.”. Desde la conciencia de estar compartiendo el mismo mar que los abrasa: “Hay una sensación de calma y tormenta / cada vez que enfilas la casa.”, “perdimos la vida / de pura impaciencia.”, “Una herida inmaculada en tu espalda / de alas que nunca fueron”. Surge de nuevo la esperanza: “podrás, / al fin, / alzarte en vuelo.”, “La vida, / respirando por ti”. En la certeza del encuentro: “lo más nítido / de este aliento que es la vida, / lo encontré / en tus manos voladoras”, “A destiempo / nos hicimos, / como mariposas, / a fuego lento.”. La esperanza en el futuro: ya es tiempo de muebles blancos / y ventanas nuevas que acercan el mar”, “la paciencia de entendernos, / sin rehuir la mirada.”
En conclusión, es un poemario profundo, pero sencillo en su concepción, que apuesta por una poética desde el otro, desde la necesidad de un diálogo vital y la ternura del encuentro, por establecer puentes entre las personas y sus circunstancias personales, que son las que son, de optar por la esperanza más allá de la incomprensión, el silencio, el miedo y el dolor cotidiano. Y que, en definitiva, nos invita a que podemos aprender también, yendo más allá, a reconocer la poética de la propia vida.